lunes, 20 de mayo de 2013

Identidad Latinoamericana ¿Tiene Latinoamérica identidad propia?


Tamara Henríquez Gutiérrez
Profesora de Lenguaje y Filosofía, Licenciada en Educación Universidad San Sebastián, Chile

Actualmente no se vislumbra una identidad propia en Latinoamérica, pero es 

ineluctible que nuestras naciones americanas sí la poseían. En consiguiente, me serviré del término “naciones americanas” como sinónimo de lo que se denomina “pueblos originarios”, pues este último término me parece despectivo y tomado desde la perspectiva occidental del conquistador.

Ya desde los períodos del descubrimiento y posterior conquista española, no ha dejado el hombre americano de mirar al conquistador como símbolo de superioridad y desarrollo, pero ¿Qué produjo este cambio y en qué momento las naciones americanas dejaron de mirarse a sí mismas y pasaron a mirar y admirar al conquistador?
Es imposible desconocer el progreso que cada nación americana alcanzó previa llegada de los españoles. Si bien, muchos autores señalan lo contrario, se debe a que la idea de progreso la relacionan con avances tecnológicos, entonces de ahí deriva la vapuleada tesis: “los indios eran atrasados y bárbaros”. No es difícil observar lo peyorativo de dicha propuesta, Pero cabe preguntarse: ¿en comparación con quién eran atrasados o “bárbaros”?. La respuesta aparece sin mucho esfuerzo: “en comparación con los conquistadores”, pues ellos impusieron el canon de lo que debía ser, no obstante, hay que reconocer que cada una de estas naciones, logró sus propias innovaciones y progresos, las cuales diferían en absoluto de los conceptos occidentales europeos o colonizadores.
Sostengo que las naciones de América alcanzaron sus propios progresos, los que en absoluto coincidían con los cánones colonizadores, con ello encontramos un hecho latente en la pérdida de identidad que hasta ese momento albergaban estas naciones. El conquistador desde su llegada, impuso su lengua, conceptos y fijó en estas nuevas tierras sus estándares universales, prolongó su dominio en todas las esferas imaginables, entre otras cosas, persuaden y logran convencer al hombre americano de su inferioridad, de una ignorancia y “barbarie” que sólo es comprensible para el  occidental. Hay que tener en cuenta, que la sociedad española era en aquella época profundamente jerarquizada, estratificada y represiva y que, quienes venían a este nuevo continente, en su mayoría, formaban parte de los estratos más bajos y sufridos. América, por tanto, representaba la liberación de sus desmedradas condiciones y les permitirá convertirse en los señores y amos que nunca habrían podido ser en su patria natal, para ello, siguen las costumbres que siempre habían conocido y las imponen en los territorios que van descubriendo.
Lo anterior manifiesta una asimetría de poder, la cual se traduce en términos de superioridad/inferioridad. Como señala Jorge Larraín:

En último término nadie reconoció en esa época el derecho de los indios a mantener sus propias normas morales. Los españoles no reconocieron a los indios como sujetos iguales con derecho a ser diferentes. En el mejor de los casos, los indios fueron considerados como seres humanos y no como medio animales […] América Latina tenía que ser civilizada y sus rasgos culturales atrasados y bárbaros erradicados” (1994).

América constituye la oportunidad para el conquistador de lograr dominar “desde arriba” a una clase “inferior” que no es considerada como ser humano. Esta actitud descansa sobre la base del egocentrismo, pero es también uno de los rasgos que generan una pérdida de identidad en las naciones americanas, pues introduce en el hombre nacional americano un sentimiento de vergüenza y rechazo a lo que hasta ese momento funcionaba como su paradigma, a lo medular de su identidad, luego, estos sujetos centran la mirada en el colonizador como un “otro” superior, diferente, admirado y digno de ser imitado, luego con la adquisición de la nueva lengua, es decir, el castellano; también su pensamiento intentará occidentalizarse.

Con la llegada de los españoles, la población de América fue diezmada, además ganó terreno la aparición del mestizaje, este hecho conduce a otro rasgo importante en la pérdida de identidad propia, pues el mestizo; hijo de español y la mujer americana violada, viene a conformar el grueso de la población latinoamericana. El problema que subyace es que el mestizo queda expuesto a condiciones vulnerables, por un lado no crece bajo el amparo de una familia normal y, por otro, pasa a ser discriminado tanto por españoles como por americanos. Sonia Montecinos escribe:

Las mujeres indígenas engendraron vástagos mestizos. Híbridos que, en ese momento fundacional, fueron aborrecidos. Se habla del mestizo como el “cholo”, el origen de esta palabra remite al quiltro, al cruce de perro fino con uno corriente, es decir, un perro sin raza definida. El mestizo era hasta ese entonces impensable para las categorías precolombinas, pero también para las europeas” (1996).

Este origen del mestizo es trasladado a la propia identidad cultural latinoamericana, pues representa al “huacho”, mira a su progenitor e intenta ser como él, pero su padre lo rechaza por ser diferente, por ser un “no español”. Luego, acude a su madre; a la mujer americana, quien también le rechaza, pues es fruto del ultraje y la violencia ejercida por el conquistador. (Excluyo en esto a las naciones ubicadas de Buenos Aires al Sur, en lo que hoy es Argentina; y de Santiago al Sur, en lo que hoy es Chile, pues con la nación mapuche no se produce de este modo el mestizaje).

 Es el mestizo ni lo uno, ni lo otro, esto es lo que genera un conflicto traumático de identidad, y como señala el sociólogo Felipe Portales: “Dicho conflicto de identidad contribuye significativamente a desarrollar un complejo de inferioridad que nos lleva a compararnos siempre con los demás, a estar excesivamente siempre pendientes de la opinión ajena sobre nosotros” (2004).

El rechazo que recibe el mestizo, provoca que el mestizaje no se quiera asumir, y esto contribuye a una visión disociada de la propia historia, Larraín (1994) añade: "No somos indios, ni españoles, ni nada. Estamos en disolución, bordeando la extinción, sin lugar para un proyecto propio".

            Finalmente, en la medida que no tengamos identidad, no tendremos sustentos ni certezas, estaremos en un continuo desencuentro, en medio de la nada, como dice Bengoa (1992): “Somos una sociedad cargada de traumáticos desencuentros con sus orígenes, negadora de sus ancestros, aniquiladora de su mestizaje”.

Desde hace mucho que Latinoamérica perdió su identidad, dejó de mirarse a sí misma y ha intentado ser como Occidente, han despreciado la cultura de sus naciones ancestrales, de los primeros habitantes americanos, y ahora sufren las consecuencias de una identidad desintegrada, precaria y desestructurada, recibimos y, por cierto, seguiremos recibiendo el rechazo de nuestro padre Occidental, pues nos seguirán viendo como un “otro”, el problema de nuestra identidad, radica en no aceptar que somos americanos y seguir intentando ser aquello que no somos, ni seremos. Por ello, como diría Portales (2004) “se debiera más bien intentar arreglar cuentas con el pasado, pues renegar de un racismo intolerante que, tanto en sus signos negativos como positivos, lo único que logra es la esterilidad”.



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