Tamara Henríquez Gutiérrez
Profesora de Educación Media en Lenguaje y Filosofía
Licenciada en Educación
Latinoamérica considerada
como parte del tercer mundo, se encuentra tan occidentalizada que es difícil
observar los rasgos que la hacen un pueblo auténtico con un pensamiento o
cultura propia.
Ubicada geográficamente en
un extremo del mundo, pero formando parte, culturalmente, del Primer mundo, no
es por lo tanto una región occidental, sino más bien occidentalizada. Lo positivo de este hecho es que desde el prisma
filosófico constituye una ventaja, pues contribuye a que se genere una
conciencia crítica. Según Kant, el rol que tiene la conciencia es el de emitir
juicios críticos, tanto de la realidad exterior, como de la interioridad misma.
Por su parte, Hegel sostenía que: “la
conciencia de sí sólo se descubre frente a otro”.
Lo particular de la
conciencia del hombre Latinoamericano es que ha descubierto ese otro dentro de
sí; y no fuera de sí, ya que ha sido capaz de interiorizar ese otro que se ha
presentado desde fuera como una imposición. De esta manera, el hombre latinoamericano
piensa en una lengua que es occidental, su religión también es la occidental y su
estructura política y económica también lo son. No obstante, tiene un pasado
que no es occidental, ya los mismos conquistadores se sorprendieron al
encontrarse con reinos e imperios altamente poblados y con un desarrollo económico
que eran previos al dominio occidental.
No hay mejor antecedente
para el pueblo Latinoamericano que su pasado histórico, pues se vio invadido y
sometido por conquistadores provenientes del Primer Mundo, el mundo
“civilizado”. Aquí radica la importancia del filosofar, pues se trata de pensar
la circunstancia para así, lograr ser auténticamente libres. Ya lo mencionaba Hegel
al hablar de la relación que se establece entre Amo- esclavo. Se dice que es más
libre el esclavo que teniendo amarras se niega a besarlas, al amo opresor que
ya se siente satisfecho, pues éste último, sin saberlo termina necesitando
siempre del esclavo para sentirse amo. Por tanto, el hombre que anhela ser
libre, es capaz de pensar su propia libertad, pues la filosofía no es otra cosa
que una conciencia de liberación, un grito de libertad, o mejor dicho, una
ética justiciera. En palabras de Hegel: “La
libertad sólo será plena el día en que no haya ni esclavos ni amos, pero ese
día, la filosofía habrá muerto; pues la filosofía o es conciencia de liberación
o es simplemente ideología, es decir, falsa conciencia, la que sólo puede
producir falsa filosofía”
Por tanto, la materia
prima que se encuentra en el filosofar es la misma historia de los pueblos, ya
que desde allí han salido las voces que representan sus luchas, sus sueños, sus
ansias de libertad. Ese espíritu que previo a la llegada del conquistador se
hallaba libre, auténtico, original y propio, pero que una vez conquistado adoptó
e interiorizó lo que éste le impuso, terminando por exteriorizar todo lo que no
era propio de sí mismo. No obstante, hoy debemos ser conscientes de nuestra
capacidad creadora, se debe pensar y reflexionar en torno a nuestra propia
historia y de allí elaborar una propia y auténtica filosofía. Dado que las
bases que sostienen a los pueblos Latinoamericanos proveen de lo necesario para
la construcción de un pensamiento auténticamente propio, es necesario entonces
que la mirada se sitúe en aquello que lo constituye como original. Como diría
el Filósofo Leopoldo Zea: “Sólo viendo la
historia como un proceso por el cual se logra construir una sociedad como
sujetos, puede también justificarse una filosofía que sea auténticamente latinoamericana”
y aún más, que sea se trate de una auténtica filosofía, un pensar libre nacido
del espíritu de los pueblos Latinoamericanos.
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