martes, 17 de abril de 2012

“Libertad, responsabilidad y mi otro yo”

Tamara Henríquez Gutiérrez
Profesora de Educación Media en Lenguaje y Filosofía
Licenciada en Educación


            Cuando hablamos de libertad inmediatamente parece surgir en nosotros una serie de definiciones relativas a ella, puesto que ésta emerge como un término complejo para ser abarcado y definido.
            No obstante, todas las nociones de libertad que se pueden hallar, nos llevan a aunar los criterios en un solo concepto, el que a su vez, coincide con la moderna sociedad actual. De este modo, la libertad la comprenderemos  como “acción”, es decir, como la capacidad que adquiere cada sujeto de elegir de acuerdo a su propia voluntad, tal o cual acción, independiente de las motivaciones intrínsecas que lo dirijan. Sin embargo, dentro de esta elección individual, no se debe olvidar, ni mucho menos eludir la libertad del otro, entendido éste según términos sartreanos: “el otro yo, que no soy yo”.
De esta manera, cada uno en conjunto con los demás, es decir, con los otros seres humanos; participan en un proceso mutuo de libertad, entendiendo que esta libertad no me implica sólo a mí de manera unipersonal, sino que en este proceso de libre acción, también se ven implicados los demás: el otro.
            Con respecto a la noción de otro, se toma el enfoque sartreano de un “yo que no soy yo”, es decir, como la necesidad de entender la individualidad a partir de la relación con los otros, como creándose y desarrollándose junto con los demás, pues sólo así se puede “llegar a ser”.
            En efecto, la libertad implica ya no sólo poder elegir una u otra cosa de acuerdo a los dictámenes de mi propia voluntad, puesto que en esta decisión se ven implicados inevitablemente los demás; al escoger yo, escojo también por el resto y les impongo a todos mi elección. Cuando sugiero que en el desarrollo de nuestra libertad se ve afectado el otro, afirmo que la libertad apunta hacia un fin, es decir; todos cuando escogemos lo hacemos pensando en que dicha elección nos llevará a un bien y este bien implica a su vez, un fin, pues tiende hacia él. Así, vemos que el hombre necesita ser libre, se ve impelido a la autonomía de su voluntad. Ahora bien, es en esta autonomía en que se inserta al otro, pues cuando escojo hacer una u otra cosa como resultado de mi libertad, insoslayablemente afecto también al resto, pues nunca estoy yo solo en el mundo, ya que este mundo se trata más bien de un mundo compartido, donde también habitan otros “yo” que al igual que yo, también son libres de optar por una u otra cosa y así como mis decisiones les afectan a ellos, de igual modo las decisiones de ellos me afectan a mí. Por ejemplo, si debo escoger contar o no una verdad que sé que me perjudicará y, por esta causa, prefiriera entonces decir una mentira, debo asumir que con esta decisión autorizo a que el resto de las personas también mientan, pues mis decisiones individuales afectan el decidir de los demás, ya que cuando elijo para mí, también elijo qué quiero que haga el resto de las personas, o como diría la célebre frase Kantiana: “Obra de tal manera que la máxima de tu actuar sirva a la vez, como ley universal”. Cuando decidimos actuar de una u otra manera, consentimos para que los otros que cohabitan en el mundo conmigo actúen del mismo modo que yo. Así, cada vez que escojo, mi acción se ve supeditada también a un grado de responsabilidad, puesto que a la hora de escoger debo también considerar que con ello autorizo a los demás para que actúen o decidan actuar de la misma manera que yo. De esta manera, es importante considerar que como parte de este mundo cohabitado y compartido con otros “yoes”, todos juntos formamos las normas, es decir que entre todos creamos un sistema normativo.
Si decidimos, lo hacemos por pura libertad, como dice Sartre: “el hombre está condenado a ser libre” y efectivamente lo está, porque vive en medio de la subjetividad, el hombre como proyecto que es, debe proyectarse hacia el porvenir y en esta proyección, reconoce a los demás. En este sentido, el autor nos dice:

 “Subjetivismo, por una parte, quiere decir elección del sujeto individual por sí mismo, y por otra, imposibilidad para el hombre de sobrepasar la subjetividad humana… Cuando decimos que el hombre se elige, entendemos que cada uno de nosotros se elige, pero también queremos decir con esto que, al elegirse, elige a todos los hombres” (Sartre, J. P, 1999).

Según el enfoque de este autor, libertad implica también responsabilidad y angustia, la primera de ellas, porque en el momento de decidir nos vemos impulsados a asumir una actitud responsable frente a dicha elección, que por lo demás, será voluntaria. Cuando decido mentir porque creo que mi bien es éste, escojo que la humanidad entera mienta, al igual que yo lo hice. Así, mi simple acto de escoger la mentira me lleva a un proceso de profunda responsabilidad, pues con ello establezco también las normas para los demás:

 “Cuando decimos que el hombre es responsable de sí mismo, no queremos decir que el hombre es responsable de su estricta individualidad, sino que es responsable de todos los hombres” (Sartre, 1999).

En cuanto a la angustia, se comprende que está ligada a la responsabilidad, puesto que al elegir con responsabilidad se produce la angustia de si habré o no, elegido bien. Todo esto considerando que elijo también por los demás. Si elijo mal, arriesgo que el otro se equivoque conmigo, por lo tanto, cargo con la responsabilidad de angustiarme por mis decisiones.
Como sujetos arrojados  en el mundo, estamos condenados a ser libres, y por tanto, por esa razón escogemos con responsabilidad, porque de alguna manera; como sujeto parte de este mundo y arrojado en él, estoy condenado a un horizonte de posibilidades, a un “llegar a ser” y a optar por cada posibilidad. En este sentido, Heidegger parte diciendo que el ser humano se expresa en la existencia, esto quiere decir que una vez que el hombre se percata que ha sido arrojado al mundo, asume que se convierte en un proyecto, entendido éste como un “llegar a ser” y, por lo mismo, asume también la existencia que si bien él no eligió, ya le ha sido dada.
Ahora bien, esta existencia se pone de manifiesto en el hecho de ser en el mundo, o sea, de habitar cerca de las cosas, de estar familiarizados con ellas, pues las cosas se constituyen en nuestro entorno o nuestro mundo circundante, es decir, lo que tratamos en nuestro diario vivir. De este modo, el mundo se convierte en un mundo compartido, el mundo de este “ser ahí” del que habla Heidegger, es un mundo del ser, pero además del ser con otros. Aunque esté solo, mi ser está siempre referido a los otros seres humanos, a las otras personas, a los otros “yoes”.
El hombre además de preocuparse de las cosas, se preocupa también de los otros seres humanos, porque su mundo no es un mundo para sí solo, sino que se trata de un mundo público. De esta manera, podemos señalar que el ser humano en tanto que arrojado a una existencia que no eligió, se ve obligado en su trayecto a ir eligiendo. Para ello, el mismo mundo se le ofrece como horizonte de posibilidades que sólo se termina cuando llega la muerte. No obstante, la vida entera se nos presenta como un constante elegir, pero  tal cual como lo dice Heidegger al afirmar que el mundo del “ser ahí” es un mundo del ser con otros, en este elegir, se me presentan los otros seres humanos que comparten el mundo conmigo y, por lo mismo, al dejar de estar solo en él, debo asumir que mis decisiones inevitablemente afectarán a los demás. Al ser todos en el mundo, imprimimos en él una parte de cada uno de nosotros, puesto que en la medida que vamos siendo, configuramos también al mundo con nuestras elecciones.

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